Parábolas/Historias Zen

Un momento feliz de iluminación ó satori 

En una reunión entre varios alumnos y su maestro shaolín, después de una entrenamiento, se produce la siguiente conversación;

Alumno 1: ¿Qué es tener satori?

Maestro: primero entiende el concepto.

Alumno 1: ¿a qué se refiere?

Maestro: ¿entiendes lo que es un vaso?

Alumno 1: si

Maestro: ¿entiendes lo que es un recipiente?

Alumno 2: claro, quiere decir que satori va más allá de la palabra aunque se designa como tal.

Maestro: Si, eso es.

Alumno 2: ¿Satori es realizarse como persona?

Maestro: ¿entiendes el concepto? 

Alumno 2: Si, pero como no lo he vivido no se explicarlo.

Maestro: ¿Entiendes lo que es Cristo.?

Alumno 1 y 2: un religioso cristiano

Maestro: es el concepto de vivir en satori

Alumno 1: Hay qu eser cristiano para tener satori

Maestro: No entiendes el concepto.

Alumno 3: ¿Puedes dar luz a satori, Cristo, autorrealización

Maestro: Y Buda, ... y otros términos que designan lo mismo.

Alumno 3: ¿quieres decir que hay muchas formas de llegar al mismo punto espiritual?

Maestro: Hay muchas formas de definir satori y hay muchas formas conceptualmente iguales de describir el camino que lleva a él.

Alumno 2: ¿Como se alcanza el satori?

Maestro; debes entender el concepto y seguirlo, no adueñarte del término y obligarte a recordar con él en el pensamiento una idea particular, temporal, de satori que hayas experimentado.

Alumno 3: ¿satori no se puede tener, entonces?

Maestro: Vive el momento y sé consciente de ti mismo (todo tu ser y esencia espiritual) y de tu entorno; es decir, se responsable del entendimiento de tu persona y tus circunstancias en el aquí y ahora,

Alumno 1: ¿eso es satori.?

Maestro: es un camino, y un momento que permite experimentarlo, pero el concepto permanente va más allá. Te permite delante de cualquier persona, sea quien sea, ver en su interior la misma esencia espiritual que forma parte de tu esencia espiritual interior.

Alumnos al unísono: ¿Lo has sentido alguna vez?

Maestro: Quizá.

Alumno 1: ¿tener y vivir en satori supone ser más sabio?

Maestro: En mi humilde experiencia, se es partícipe y consciente de una gran sabiduría pero no te hace más inteligente. Es como tener una mansión para tí sólo y vivir en el granero, sin forma de entrar en tal mansión, alcanzar el conocimiento inherente a esa sabiduría.

Alumno 2: no entiendo la porqué no puedes ser sabio y tener conocimiento al mismo tiempo.

Maestro: La sabiduría espiritual es densa, enorme pero no se expresa, y para poder manifestarse en tu mente humana debes tener un mapa intelectual que se corresponda con una geometría y estructura mental y cerebral que permita descubrir en el interior de la mente la información que la sabiduría quiere manifestar.

Alumno 1: O sea, que ser sabio no significa ser inteligente, que sí o sí requiere estudiar e hincar codos.

Maestro: Eso que has dicho corresponde a un momento búdhico. Has tenido un satori. Aprende a permanecer en ese estado de comprensión mientras practicas meditación y haces tus tareas diarias. Así, os lo digo a todos, se debe caminar para que el estado satori sea permanente.

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Un cuento sobre la soberbia y la humildad


Este cuento sobre la soberbia nos habla acerca del verdadero camino hacia la felicidad. Tener más, a veces solo sirve para atraer más problemas o simplemente para crear la ilusión de estar por encima de los demás, cuando no es así.

Este cuento sobre la soberbia nos habla de dos ratones que eran grandes amigos, pese a que tenían un carácter muy diferente. Uno de ellos era sereno, muy afable y divertido. El otro, en cambio, se mostraba bastante ambicioso y le gustaba lucirse ante los demás. A pesar de ello, los dos se querían y disfrutaban del tiempo que compartían.

Una mañana como cualquier otra, el ratón más presumido llegó a la casa de su amigo. Llevaba una pequeña bolsa con sus pertenencias y tenía una expresión diferente. Venía a despedirse. Estaba harto de ese lugar, en donde nadie progresaba. Él quería ir a la ciudad a buscar fortuna . No estaba hecho para una vida “tan miserable”.

Nos dice el cuento sobre la soberbia que el ratón humilde sintió gran tristeza al ver a su amigo que partía. Sin embargo, lo despidió deseándole muchos éxitos en la ciudad. También le dijo que no se olvidara de él y que esperaba tenerlo pronto de visita.

Pasaron algunos meses y cada uno de los ratones siguió con su vida. Cuando menos lo esperaba, el ratón de la ciudad volvió. Lo primero que hizo fue ir a la casa de su amigo , pero no parecía tener una actitud amistosa, aunque lo disimulaba. Los dos se abrazaron, pero muy pronto el ratón soberbio comenzó a invadir toda la comunicación con sus quejas.

Decía que la casa del ratón humilde era demasiado estrecha. También apuntaba el escaso abanico de oportunidades que ofrecía el lugar. Según dijo, en la ciudad donde vivía ahora semejante pobreza no se veía. Todo lo contrario. Abundaban las comodidades y la comida no escaseaba. El ratón humilde lo miraba con la boca abierta. Le parecía extraordinario el paisaje que su amigo dibujaba.

Según este cuento sobre la soberbia, el ratón de ciudad iba ataviado con una bella capa. También se había puesto un monóculo en el ojo, pues sentía que eso refinaba a su apariencia. El ratón humilde se sentía un poco avergonzado de no tener algo mejor para ofrecerle a su amigo. Sin embargo, sentía que algo no andaba bien: ¿por qué, si ahora era tan feliz , se mostraba inconforme con todo?

El cuento de la soberbia tomó un giro inesperado cuando el ratón humilde le pidió a su amigo que le permitiera visitarlo durante algunos días. Tenía mucha curiosidad por conocer esas grandes maravillas que el otro había depositado en su imaginación. Con un aire ciertamente despectivo, el ratón de ciudad aceptó. Le acogería unos días a la ciudad, para que viera lo que era bueno.

Los dos partieron muy temprano. Cuando llegaron a la casa en la que vivía el ratón de ciudad, su amigo no podía creerlo. Efectivamente era una mansión gigantesca, todo era elegante. Tenía maravillosas alfombras y unos muebles fantásticos. El ratón de ciudad le dijo que aún no había visto lo mejor: la cocina.

Al otro se le hizo agua la boca. Los dos llegaron a la cocina y de inmediato el ratón humilde sintió el oloroso aroma de un trozo de jamón. Sin pensarlo, se dirigió al sitio del cual emanaba el aroma, pero el otro le previno. “¡Alto!”, le dijo. “Cualquier ratón de ciudad sabe que un trozo de jamón en el piso solo significa una cosa: veneno. No vayas a comerlo”, agregó.

Dice el cuento sobre la soberbia que el ratón humilde le agradeció a su amigo por haberle salvado la vida. Poco después, vio que cerca de la nevera había un fabuloso pedazo de queso. Se aproximó para probarlo, pero nuevamente su amigo de ciudad le previno. Ese trozo de queso era el señuelo de una trampa. No debía ir por él.

Antojado y hambriento, el ratón humilde optó por quedarse quieto. El otro iba a decirle algo, pero en ese momento saltó un gato desde la ventana y los dos ratones no tuvieron más opción que echar a correr. La persecución duró un buen rato, hasta que encontraron un pequeño hueco en el que pudieron ocultarse. Ahí se quedaron toda la noche, casi sin respirar.

Al día siguiente salieron del escondite y el ratón de ciudad le dijo a su amigo que fueran nuevamente a la cocina. El ratón humilde se negó. Ahora entendía por qué su amigo no era feliz a pesar de vivir entre tanta abundancia. Comprendió que todo tiene un precio y el precio de tanto lujo era la intranquilidad y el peligro.

Así que decidió volver a su casa. Dice el cuento sobre la soberbia que el ratón humilde ratificó algo que ya sabía: la verdadera felicidad se manifiesta en una vida sencilla. Un final para reflexionar.

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La pereza y la bobina maravillosa

Este cuento, ‘La bobina maravillosa’, es una adaptación del relato del novelista español y cubano Eduardo Zamacois y Quintana. Se trata de un cuento para niños, adolescentes y adultos con varias lecturas. Podemos reflexionar sobre la pereza y la falta de ilusión por hacer cosas y por supuesto, sobre la necesidad de vivir cada instante como si fuera único. No dejes escapar ningún minuto y llénalo de cosas valiosas. No dejes pasar la vida sin más. No la desperdicies. Es lo que viene a decirnos este maravilloso cuento.

Cuentan que hace mucho tiempo, existió un rey bondadoso y trabajador, pero que tenía un hijo muy perezoso y falto de ilusiones, al que no le apetecía hacer nunca nada. No hacía más que quejarse todo el rato y responder con malas palabras cada vez que le ordenaban hacer una tarea:

– ¡Ojalá fuera ya mayor para poder ser rey y hacer lo que quisiera!

Pero un día, el príncipe encontró una bobina de hilo de oro sobre su cama y, para su sorpresa, la bobina le habló:

– Soy una bobina especial. Represento tu vida, toda tu vida, desde el principio hasta el final. ¿Ves que sobresale un poco de hilo? Son los años que ya has vivido. Si tiras del hilo, tu vida avanzará. Debes tratarme con cuidado, porque el hilo que desenrrolles, no podrá volver a su lugar. Puedes tirar del hilo y pasar a otra etapa de tu vida si quieres, pero recuerda… los años que saltes, no volverán. Piénsalo bien.

– ¡Maravilloso! – respondió asombrado el príncipe– Además siempre he querido ser más mayor.

Así que, sin pensarlo más, tiró de la bobina. ¡Se moría de curiosidad por saber si lo que decía la bobina era verdad! Se miró en un espejo que tenía en su cuarto y efectivamente, ya no era un adolescentes, sino un joven apuesto, de unos 20 años.

El príncipe sigue investigando cómo será su vida con la bobina maravillosa

Pero de pronto el príncipe pensó que con esa edad tendría que trabajar mucho, así que decidió tirar un poco más, y se hizo algo más mayor. Tenía unos 35 años, una espesa barba y una corona en la cabeza… ¡era rey!

– ¡Es la corona de mi padre! ¡Ya soy rey!– gritó entusiasmado.

Pero el príncipe no estaba conforme, porque le entró curiosidad por saber cómo serían su mujer y sus hijos, y volvió a tirar de la bobina. Y al instante apareció junto a él una hermosa mujer de largos cabellos dorados y cuatro niños sonrosados.

– ¡Qué bella es mi mujer y qué lindos mis hijos!- se dijo el príncipe- Pero… ¿Cómo serán mis hijos de mayores?

Así que el príncipe volvió a tirar del hilo y sus hijos de pronto crecieron. Eran unos hombres hechos y derechos. Entonces es cuando se dio cuenta de su error. Se miró al espejo y vio un hombre anciano, enjuto, encorvado de pelo blanco y rostro consumido.

– ¡No! ¿Qué es esto? – dijo entonces el príncipe- ¡Soy un anciano decrépito! – dijo entonces angustiado.

Miró la bobina y vio que ya quedaba muy poco hilo. Su vida estaba llegando a su fin. El príncipe intentó enrollar de nuevo el hilo, totalmente desesperado, pero no pudo.

– Te advertí- dijo la bobina- Y no me hiciste caso. Ahora no hay vuelta atrás y toda tu vida se ha esfumado. Has desperdiciado tu vida y ahora debes acabar…

El viejo rey asintió. Cabizbajo, salió al jardín para vivir sus últimos minutos de vida. Bajo el sol de primavera y entre árboles repletos de flores, el rey, murió.

Este relato nos habla de la necesidad de vivir todas las etapas de la vida, sin desperdiciar ninguna ni querernos adelantar a ninguna. Y sobre todo, de vivirlas con ilusión y presente presencia.

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Dios se manifiesta con la relaciones entre los hombres

Un día, un navegador experto naufragó y su barco se hundió. Él, con gran fé en un Dios supremo, le rogó que le ayudara a salvarse.

Pasó un barco cerca y tras avistarlo le dijeron que subiera a bordo. El náufrago rechazó la ayuda pues el estaba convencido de que Dios le ayudaría.

Pasaron varios barcos que trataron de ayudarlo, pero él siempre contestaba de la misma manera. Las circunstancias hicieron que, tras agotamiento, se ahogara y muriera definitivamente.

Ya muerto, su alma fue a donde habitaban ángeles con Dios y cuando un ángel le preguntó por qué no hizo caso a los barcos que, en su ayuda, Dios había enviado.

El náufrago dijo que él creía que Dios le ayudaría personalmente. El ángel, tras esta respuesta le contestó que Dios está en todas las personas e influye para igualar las atenciones a todos, no puede hacer que una persona sea más que los demás y haga que movilice recursos para ayudar a una persona, ignorando con ello la necesidades de otras. Las relaciones entre los hombre permiten que Dios, dentro de ellos, se manifieste para abarcar las atenciones a cada individuo.

Pero yo pedí ayuda y Dios no me dijo que le dijera al capitán de cada barco que aceptaba su ayudara.

Tú pediste ayuda a Dios pero querías a Dios todo para ti y no viste a Dios en la ayuda que te ofrecía el capitán de cada barco. 

Dios se manifiesta con las relaciones entre los hombres.

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